domingo, 4 de marzo de 2012

UN GOLPE DE SUERTE (La Voz del Interior)


El diario local "La Voz del Interior" publicó en su edición de hoy una nota de Juan Pérez Gaudio que reproducimos a continuación.

Internarse por unas horas en la intimidad del box amateur tiene el mismo efecto que una paliza sobre nuestros prejuicios. Adolescentes y jóvenes intentan por medio del deporte salir de una realidad más dura que los golpes que reciben en el ring.
Son casi las 10 de la noche y el Club Argüello Juniors abre sus puertas a una velada boxística amateur. Hace calor en Córdoba y el gimnasio cerrado con techo de chapa tira su primer golpe: un calor abrasador. Buscamos desesperadamente algo de aire y agua fresca para calmar la sed, casi el mismo pedido con el que llega un boxeador a su rincón cada vez que termina un round.
El lugar es humilde pero digno. En el centro, bajo cuatro reflectores, se levanta un precario cuadrilátero; a su alrededor se distribuyen varias filas de sillas. Poco a poco se va poblando de gente mansa que se acomoda en silencio para ver combatir a sus hijos, familiares o amigos.
Pero esta no es una historia más de box; aquí empieza la narración de una noche en la que los golpes más fuertes son las historias que los protagonistas te tiran en la cara. Esas historias pintan una realidad que nos parece irreal y distante, pero es dramáticamente cotidiana para sus protagonistas.
“La mayoría de los chicos que llegan a los gimnasios son de clase humilde. ¿Por qué eligen este deporte? Por que es el mejor medio para canalizar su agresividad. Además, siempre están en actividad. En otros deportes si son pata dura quedan afuera; en el box pueden carecer de condiciones, pero aquí van a pelear. Más de uno será de medio pelo, pero vienen con un objetivo: llegar a una pelea. Y llegan, y en ese lapso ya han modelado su conducta”.
La voz de Luis Olivero, veterano y experimentado entrenador de box, “el Profe”, como lo llaman respetuosamente los chicos, irá acompañando este relato para entender un mundo duro pero también lleno de buenas noticias.
Un vestuario pequeño se va llenando, poco a poco, de chicos vestidos con jeans y remeras. Llevan simples mochilas de hilo o tela y no aparatosos bolsos deportivos de marca. Cargan un par de vendas; algunos, flamantes zapatillas de box que muestran orgullosos a sus compañeros, una toalla y listo. La mayoría no trae más que eso la noche del combate.
Un gran espejo me devuelve la figura de un boxeador que parece estar concentrado pensando en su pelea. Está sentado solo, mueve los dedos nerviosamente mientras fija la mirada en el suelo.
“El acto más primitivo que tiene el ser humano para descargar tensiones es el movimiento de manos, el caminar en círculos, formas típicas de los que practican boxeo, que en su mayoría son seres mas emocionales que racionales” explica Carlos Soria, (Psiquiatra, farmacólogo. Presidente de la Asociación Argentina de Psicofarmacología).
¿Muchos nervios?, pregunto. Levanta la cara, y su rostro es el de un niño con los primeros rasgos de la entrada a la adolescencia. Hace una mueca como asentando mi pregunta y responde: “Sí, es que es mi primera pelea”. Sólo tiene 16 años y en algunos minutos más subirá al ring a hacerse hombre, a los golpes, como dice el refrán. Pero pienso un rato mi poética reflexión, indago el entorno y corrijo mi pensamiento, ya es un hombre, viene de un lugar donde la vida lo ha ido criando a sopapos.
“Llegan acá buscando cariño, contención y respeto, la mayoría viene de lugares jodidos. Conviven con la droga, el alcohol, la violencia diaria; muchos de estos chicos desconocen la calidez de un hogar. Les enseñamos que el boxeo no es lo único que van a encontrar aquí; uno busca en primer lugar reinsertarlos, enseñarles reglas y que si se quieren desquitar tienen una bolsa para descargar su bronca, pero la consigna es clara: en la calle no se pelea más”, me cuenta Olivero.
El vestuario es una caldera. Varios compañeros, que acaban de llegar, saludan amablemente y me dan la mano; empiezo a percibir que son chicos educados, que han comprendido que están en un lugar dónde el aprendizaje de las técnicas del box, en esta instancia de amateurismo es algo secundario; se nota claramente que han elegido ser parte de una escuela de vida.
“Afuera hay mucha droga, robo, riña, malas juntas, pero una vez que están acá, simplemente con el respeto, empezamos a tratar de cambiarlos de mundo y su mundo. Cuando uno de ellos desaparece un tiempo salgo a buscarlo, recorro las calles del barrio, pregunto... ese también es mi trabajo” dice el Profe.
Los chicos se dan cuenta del nerviosismo del novato y empiezan las anécdotas y consejos para tratar de calmarlo. Son chicos graciosos, apenas más grandes que el debutante. “En la primera pelea que hice yo estaba cagadazo. Subí al ring y las patitas me hacían así”, dice, y hace la mímica de temblar. “¡Y yo!”, pega el grito otro, “el primer combate que tuve, entre ahí arriba y me hicieron pum pum pum pum”, y mueve la cabeza de un lado al otro mientras el vestuario estalla en carcajadas. “Vos sólo tenés que pensar en pegar y no en que te peguen, y listo”. Le dan una palmadita en la espalda y comienzan a caminar en círculos, tirando alguna que otra trompada al aire. Ellos también sienten nervios.
“Quien convive con la violencia cotidiana pierde el miedo, porque sólo se teme a lo que se desconoce, esta es otra de las explicaciones a por qué gran parte de los boxeadores provienen de clases sociales marginales y no le teme a un deporte que puede costarle hasta la vida” afirma Carlos Soria.
Si bien es un festival amateur, uno llega imaginando alguna similitud con el circo que suele ver en televisión; pero no hay nada igual, nada. Aquí los chicos empiezan a vendarse las manos solos y si hay tiempo alguno de los profes los ayuda. No hay batas brillantes, ni Ipad con auriculares que los aíslen del resto, pantaloncitos con diseños raros ni música elegida para acompañar su ingreso al ring.
“En el boxeo amateur lo más importantes es la ilusión de subir a combatir, a ellos no les importa si es un ring último modelo o si suben con pinta de boxeador de película; ellos se mueven por la sana ilusión de saber que vinieron sus amigos o familiares a verlos; todavía se mueven a través de la picardía. El boxeo amateur es una comunidad de amistad y a pesar de que se agarran a los golpes, no es como en el fútbol o en el básquet, donde queda rencor porque uno le metió un codazo a otro y van a hacer maldad en la próxima jugada para vengarse. Acá no; acá hay reglas que se respetan a rajatabla. Ellos suben al ring con un mensaje claro: no tienen que perdonar nada, pero siempre dentro de la ética del deporte; nada de golpes bajos, cabezazos, codos, nada de hacer maldad. El boxeo amateur debe ser un deporte sano, no un vicio, porque cuando ya entra el dinero en juego…” y el Profe pone cara a mal olor.
De lejos se oye el retumbar de un parlante que anuncia un combate, se arma un revuelo en el camarín, le calzan al novato los guantes rápidamente; no hay tiempo para las indicaciones técnicas previas. Sólo un “vamos, vamos, vamos” de los compañeros musicaliza la partida del boxeador que desaparece dejando el vestuario en un breve silencio. Calza guantes amarillos, una remera de River y un protector rojo para la cabeza; en su camino al ring esquiva un mar de motos, un símbolo distintivo de una clase social que se mueve en masa en este tipo de vehículos.
Antes, tener una moto era sinónimo de status . Recuerdo fotos de los trabajadores de la antigua IKA Renault saliendo de la fábrica en esos vehículos; pero hoy es el medio más accesible para gente de una clase social que a duras penas llega a fin de mes. Miro nuevamente el lugar, esta lleno de motos, pero no de cascos y recuerdo las palabras del psiquiatra Soria: “La gente que vive o ha vivido en un contexto de miedo ya no le tiene miedo al miedo”. Y es verdad, uno observa el andar temerario de las motos en la calle y parece que sus conductores no son concientes de los golpes que pueden sufrir y, vaya paradoja, concientes arriba del ring están casi los mismos protagonistas que usan esos vehículos y que se enfrentan sin miedo al mismo peligro.
Uno, dos, tres, cuatro escalones lo depositan en una lona dura gastada por el tiempo. En un rincón espera su rival. Logro verles sus rostros y no hay furia. Sus ojos, que se esconden detrás de un protector, transmiten la imagen más sana que tiene el deporte amateur definida por Luis Olivero: la ilusión.
La pelea está a punto de comenzar y de repente el novato se baja del ring y corre desesperadamente al vestuario. Uno imagina que el miedo existe y le ganó la batalla, pero no, ha sido tan rápida la salida hacia el cuadrilátero que ha olvidado el protector bucal. De vuelta en el escenario de la pelea, el locutor pronuncia la famosa frase “segundos afuera”, campanazo y 
a boxear.
Vuelvo al vestuario, y me encuentro con otra historia de vida. Tiene sólo 19 años y será el protagonista de la pelea de fondo, me dice que le faltan unos 7 u 8 combates más para hacer la primera profesional. Sentado en un banco tiene la misma expresión y movimientos que el novato, mueve un brazo en forma de círculos “Me duele todo –dice– soy albañil y llegué de trabajar en la obra hace dos horas; me bañé, me tiré un ratito y me vine”.
“Aparte de enseñarles boxeo, uno trata de encontrarles un trabajo, se contacta con amigos, con negocios de la zona y durante el día puede verlos trabajando en una construcción, en la verdulería, haciendo alguna changa y eso es una gran satisfacción” rela ta Olivero con expresión de alegría.
“¿Y cuánto cobrás por esta pelea?”, pregunto. “Cien pesos; es un poco más que los demás porque es la principal, pero le dije a los organizadores que no quería la plata, que la usaran para que mis amigos pudieran pagar la entrada para verme”.
El novato irrumpe de repente en el vestuario, tiene la cara roja, los ojos llorosos y la nariz sangrando. “No vengo más”, dice con la voz quebrada, y uno de los chicos vuelve a recordarle la anécdota de su debut: “Acordate... cuando yo hice mi primer combate subí y pum pum pum pum, veía estrellitas nomás y mira, acá estoy”.
No hay tiempo para el consuelo, su entrenador está ocupado en preparar a su compañero que ya está saliendo rápidamente a combatir.
Las peleas se suceden una tras otra; boxeador que entra al vestuario rápidamente se saca los guantes para que los use el que sigue, lo mismo hacen con las zapatillas y el protector de bajos (protege los genitales). Es un ritual de solidaridad más que un signo de humildad. Verdaderamente es una comunidad de amistad.
Vuelvo al ring side , voy a ver la primera pelea completa de la noche, es una de las últimas y por eso una chica vestida sensualmente sube con una pancarta en sus manos para dar una vuelta anunciando el número de round .
Le gritan de todo, le silban apasionadamente. Muchos de los piropos son subidos de tono y hasta parecen insultos.
Ella es bailarina, me cuenta que por cada velada cobra unos 300 pesos. ¿Y qué se siente al escuchar esos gritos groseros que acompañan tu tarea? “Me hacen bien; si no los oyera sentiría que estoy fea. De todos modos, mucha gente se confunde y cree que soy una puta. Recién vino una parejita a ofrecerme tener sexo con ellos, en realidad con él y que ella, su novia, quería mirar. Está en una decir sí o no y yo la tengo clara: no”.
– ¿Y cuál es tu sueño?
Llegar al Luna Park, responde ilusionada.
Después de conocer un poco la obra del Luis Olivero, lo que cuenta la chica es como un golpe a la mandíbula, pero en lugar de ver estrellitas distingo borrosamente que entre niños pequeños, abuelos, trabajadores honestos y familias se esconden, disfrazados de gente normal, víboras que se arrastran despacio, agazapadas, buscando sacar provecho de una escuela de vida y valores que con tanto esfuerzo los entrenadores tratan de construir.
Me siento al lado de unos de los árbitros que ahora descansa, espero el final del combate y le pregunto quien ganó. Con un cabeceo me señala confiado uno de los rincones, es el visitante. Y aquí aparece la única similitud con el boxeo profesional: la parcialidad de los jueces. Gana el local. El árbitro se ríe y me dice: “Pasa siempre”.
– Profe, ¿y qué es lo menos que le gusta del mundo del box?
Los fallos injustos. Me ha pasado muchas veces con mis pupilos que han perdido y los han dado ganadores y viceversa. Ahí uno no se siente triunfador y el chico tampoco, ese daño es lo malo del boxeo.
La velada se va terminando; he conocido y aprendido de un mundo habitado por personas leales, sacrificadas, que buscan dar un golpe: el que les permita triunfar en la vida. Pero también he podido ver a aquellos otros que se empeñan en sacar 
el mayor provecho posible de ese mundo, aunque tengan que destruirlo.
Me voy golpeado por una realidad, pero no me siento lastimado. Metafóricamente, quisiera convertirme en el boxeador vencido que no quiere levantarse más, y no por apreciar la derrota, sino para que me sigan contando 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8 y más historias que nosotros, los de afuera, podríamos elegir para pasar a ser protagonistas de ese mundo, que necesita de manos buenas para solidificar los cimientos que lo sostienen y lo hacen más sano.
Abandono el gimnasio y de lejos el profe Olivero me grita su lema de cabecera: “Acordate: ningún chico nace malo”.