miércoles, 3 de abril de 2013

A 20 años del primer golpe de “Chapita” Gutiérrez


El Diario "La Voz del Interior" publicó en su suplemento "Mundo D" una nota de Andrés Mooney y Walter Kanqui a Carolina Gutiérrez que reproducimos a continuación.

Noqueadora de esquemas. Carolina Gutiérrez logró instalar a la mujer en una actividad que le era esquiva. Dos décadas de lucha y compromiso de la pionera del boxeo femenino en la provincia de Córdoba.
Los que caminaron gimnasios durante largas tardes sostienen que no hay acción más desgastante que el golpe lanzado que no llega a destino. Quienes se educaron en esos galpones de chapa, donde los jóvenes sueñan a las piñas, afirman que no hay dolor más grande que el provocado por una mano que no se ve, que llega vaya a saber desde dónde.
Aquellos que pelearon por un derecho hasta entonces inexistente, saben de qué se trata. Carolina Marcela Gutiérrez luchó por un lugar en un terreno estéril: fue la primera boxeadora de Córdoba. Y pasaron 20 años de aquella primera vez en la que una osada nena se atrevió a desafiar una estructura rígida que no miraba con buenos ojos al sexo femenino.
“Al principio no decían nada. Hasta pienso que les gustaba que hubiera una mujer entrenando. Pero cuando me vieron de las cuerdas para adentro, los chicos se sintieron invadidos. El ‘profe’ ya no sólo se concentraba en e­llos: de pronto les dedicó menos tiempo por atender a una mujer”, recuerda “Chapita”.
“El viril deporte de los puños” no iba a alterar sus reglas por el deseo de unos pocos que, de repente, querían darle lugar a quienes no lo tenían. Nuevas leyes, renovados estudios médicos y la difícil empresa de romper esquemas sociales establecidos mucho tiempo atrás.
“Iba a un colegio religioso, el Padre Claret, y no me animaba a decir que entrenaba boxeo. Hasta que un día me hicieron una nota en La Voz y se enteraron. Las monjas se espantaron, llamaron a mi mamá".
“Iba a un colegio religioso, el Padre Claret, y no me animaba a decir que entrenaba boxeo. Hasta que un día me hicieron una nota en La Voz y se enteraron. Las monjas se espantaron, llamaron a mi mamá. Me miraban raro. Con el tiempo vieron que no era agresiva ni nada por el estilo”, dice entre risas.
– ¿Por qué el boxeo?
Una amiga me avisó que enseñaban boxeo en el Chateau. Por los horarios del colegio y porque no me dejaban volver tarde a casa, me quedaba perfecto a la siesta. Empecé para hacer un deporte, nada más.
La bicicleta de uno de sus 14 hermanos era el medio que la transportaba a un lugar que, en principio, se trataba de un pasatiempo. Roberto Real, el entrenador que la recibió en 1993, no tuvo reparos y de a poco le enseñó “el ABC” del pugilismo.
“Con el ‘profe’ Real hice mis primeras peleas como amateur. Fue él quien me enseñó a hacer la gimnasia que hasta el día de hoy hago para entrar en calor”, dice sobre su primer maestro.
– ¿Te acordás del debut?
¡Sí, cómo no me voy a acordar! Fue en el club Las Palmas, contra Nadia Sánchez y la noqueé en el tercer round. Estaba toda mi familia menos mi mamá, que hasta el día de hoy no soporta verme arriba del ring porque sufre mucho.
Los combates transcurrieron, los triunfos no tardaron en llegar, y con ellos los primeros lujos. “Lo primero que me compré fue una bicicleta. Quería una que fuera mía”, remarca.
Las tardes de estudio y las horas de gimnasio se combinaban con días de cuidados a una señora mayor. Y el sacrificio tuvo frutos para la ex campeona mundial A.M.B.: el hijo de Margarita le compró la bici que tanto deseaba, a cambio de pequeñas cuotas que “Chapita” devolvía con trabajo y el pago por intercambiar ganchos y uppercuts en un cuadrilátero: cobraba 30 pesos por pelea.
El seleccionado argentino, viajes por el país y un presente que invitaba a apostar por una nueva forma de vida, la obligaron a tomar decisiones. “Cuando me hice profesional opté por cambiar de entrenador. Entonces hablé con Carlos Tello, que tenía una muchedumbre de campeones mundiales. Al principio no quería porque no tenía boxeadoras mujeres. Pero lo convencimos y con él logré lo mejor de mi carrera”, cuenta.
Alemania, Estados Unidos, México y el contacto con aquellas figuras que conocía sólo por T.V. fueron algunas de las alegrías que le tocaron vivir a la peleadora de 36 años. “Veía boxeo con mi papá y él me hablaba de (Nicolino) Locche, (Sergio Víctor) Palma, y cuando me hice un nombre pude conocerlos. ¡Hasta a Don King llegué a tener al frente mío!”, subraya.
Su cintura se cubrió con títulos nacionales y mundiales, y esa primera mujer en vestir los puños con guantes logró lo que, dos décadas atrás, jamás se imaginó. Hoy son nada menos que 11 las reinas ecuménicas del país.
– ¿Es más fácil para las mujeres que empiezan ahora a boxear?
No sé. Hay gente que lo toleró porque no les quedó otra, no porque estuvieran de acuerdo. Se dieron cuenta de que es un negocio rentable y lo aceptaron. Ojalá haya cada día más chicas con ganas de boxear.
Con la autoridad que le confiere una trayectoria de 20 años pegada a un ring, “Chapita” se dirige a los jóvenes que vienen detrás y les advierte: “Esto es algo efímero y hay que tener los pies sobre la tierra. Lo primero que tienen que hacer los chicos es terminar sus estudios”.